Daniel Swinburn
Editor Artes y Letras y Cultura
El Mercurio
Flora Guerra ha sido nombrada Profesora Emérita de la Universidad de Chile. Momento oportuno para el recuerdo y el homenaje. Para hacer justicia a su enorme entrega a la música. Alumna de Rosita Renard, Florita, como le llama cariñosamente su discípula Elisa Alsina, forma parte de un heroico grupo de mujeres pianistas nacionales que desafiaron las limitaciones del medio local y se aventuraron con éxito en los escenarios mundiales. Quizas todo nació en las tertulias que realizaban José Arrieta Cañas y José Miguel Besoaín con el cambio de siglo en el Santiago autocomplaciente que vivía o padecía a su manera, su propia “belle epoque”. A ellas asistía regularmente Julio Guerra, primer violín del Teatro Municipal, futuro padre de Flora, a conversar, a evocar o ejecutar secretas melodías melancólicas; seguramente obras para iniciados, de compositores sólo para repertorios selectos… Su fotografía, fiel retrato de época, nos remite, “por libre asociación”, a aquellas memorables páginas proustianas, en que el autor nos relata sus ansiosas visitas donde los Verdurín, en busca de aquella sensibilidad y glamour que él autor ya ve desvanecidos de los salones de la aristocracia parisina.
Tal vez, Flora Guerra ya asistía a las tertulias de la casa de José Arrieta a través de su padre y, tal vez, pudo sentir desde ignoradas dimensiones, un presagio de lo que sería la prolongación de un espíritu que pronto se encarnaría en ella. Hija, madre y abuela de músicos, sólo ella en el piano. El resto, su padre Julio, su hijo Cristobal y su nieta Alejandra, en los instrumentos de cuerda. Nada ha surgido de la improvisación, ni ha existido en esta familia de músicos de disciplina y rigor el “síndrome mozartiano”, de la caprichosa precocidad. El culto a la música, nace de una profunda fe en su universalidad más que de una visión delirante y fugaz. Desde niña Flora asistirá, para aprender sus primeras técnicas, a la casa de Rosita Renard. Ella viene llegando de Alemania donde ha terminado sus estudios con Martín Krause, el maestro de Arrau. Será su alumna predilecta y pronto la lanzará a las salas de conciertos para que muestre sus dotes artísticas y su calidad técnica. Con Rosita, Flora y Elvira Savi las mujeres se atreven a seguir la carrera profesional de concertista. Luego vendrán otras; Elisa Alsina, Edith Fischer…Dejan de ser un adorno para la reunión familiar, la intimidad romántica o la tertulia exquisita y buscan la fama, desafiando el mundo masculino de la crítica y el público. Serán pioneras de titánicas empresas musicales. Rosita y Flora son las dos primeras hijas de esta tierra que se atreven a ejecutar el ciclo completo de las 32 sonatas de Beethoven. “Admiraba a la Renard, nos dice Elvira Savi, no sólo por sus dotes de maestra sino por su entrega completa a la música. Siempre quiso repetir sus propios logros”. Sin Arrau, Chile vivirá por años de sus mujeres pianistas, que nunca se dejaron abatir ante la luz a ratos cegadora que irradiaba el maestro. Flora viaja a Estados Unidos y es la primera intérprete latinoamericana que graba para las nacientes cadenas de televisión NBS y CBS, en 1948.
Conciente de las posibilidades que brindan los medios de comunicación de masas, utilizará asiduamente la radio para dar a conocer sus versiones. En 1959 grabará para la radio Minería los Preludios de Chopin; en Europa lo hará para la BBC en Londres, la ORTF de Francia, la Radio Polaca y Radio Moscú. Las giras comenzaron pronto. Su repertorio era amplio. Mozart, Chopin, Beethoven, Schubert, Ravel, Debussy, Bach, Schumann, los autores universales. Con ellos viajará por Estados Unidos, Europa, la ex URSS, América Latina y Central. Legendaria es su versión del concierto para dos manos de Ravel con el que cautivó a los amantes de la música moderna. Igor Markevitch la llamó ´´la exquisita intérprete de Ravel´´. Actuó con grandes directores de orquesta. Además de Markevitch, Jochum, Skrovaczewsky, Wislocki y Whitney. Pero sus energías nunca se agotaron en la sola promoción individual a través de la ejecución de autores universales. Flora Guerra desarrolló desde joven una auténtica vocación de “pregonadora” de los autores americanos, dándolos a conocer en Europa a un público que los desconocía casi por completo. Los caprichos del chileno Carlos Botto, los “Prode do Bebe” de Héctor Villa-lobos o las sonatas de Ginastera, sonaron en los escenarios del viejo continente, tal vez por primera vez en las manos de Flora Guerra. Sonidos y ritmos modernos, caribeños, trasladados a las partituras clásicas. Otros autores chilenos, Amengual, Orrego, Leng, Soro, siempre estuvieron en sus repertorios y en sus cátedras. Y viceversa. Dio a conocer en nuestro país obras hasta entonces desconocidas del grueso público. Britten, Stravinski y algunos compositores polacos como Lutoslawski, Serochi-Sulawski y Twardovski, “que tuvieron un impacto apreciable en la música europaa partir de la década de los 60”.
Su actuación como solista o acompañada de orquesta, tuvo además un feliz complemento en la música de cámara. Sus giras con el violonchelista Adolfo Odnopossof en las que presentaron la obra completa para piano y violonchelo de Beethoven, lograron una cálida acogida. Algunas de dichas piezas, tocadas en la temporada del Teatro Municipal en 1963 son motivo de elogiosos comentarios de la crítica: “Flora Guerra ha a alcanzado aquí su nivel más alto desde todo punto de vista”, escribe el Zig-Zag. Desde joven su relación con Chopin será muy especial; íntima e intensa. Cesar Cecchi, el crítico musical del Zig-Zag, comentaba su ejecución de las Mazurkas : “Aparecieron nítidamente sus estructuras, y fueron claramente jerarquizados su valores rítmicos, dinámicos y melódicos. Inteligentemente Flora Guerra, cantó la voz melódica como expresión de lo privado, como la dicción más personal, pero siempre sólidamente amarrada con el resto respetando en todo momento el origen danzante de la forma”. No fue raro entonces que desde temprano en su carrera profesional, Varsovia y la pianista chilena hayan iniciado un mutuo acercamiento de seducción musical gracias al amor y a la devoción que ambos guardaban por el legendario maestro polaco desterrado en la Francia de Luis Felipe. Una relación más secular y profunda, que según propias palabras de Flora, sería sólo la continuación de los lazos iniciados en el siglo pasado por el sabio Ignacio Domeyko, quien llegara a ser rector de la Universidad de Chile. Desde 1954, gracias a la invitación para participar en el V Concurso Internacional de Piano Federico Chopin, Flora, haciendo grandes esfuerzos para superar los obstáculos que imponía la ausencia de lazos diplomáticos, logró organizar la preselección nacional y enviar al joven pianista Oscar Gacitúa a Varsovia.
Flora fue invitada a integrar en jurado en Polonia en 1955 y de nuevo en 1965. “Fui la primera artista que viajó pocos meses después de restablecerse las relaciones diplomáticas entra ambos países. Me sentí como una embajadora de la música, cosa que con los años se oficializó, con el otorgamiento de un pasaporte diplomático”. En enero de 1991 puede al fin concretar un sueño de muchos años al fundar la rama chilena de la Sociedad Chopin Internacional, que tendrá entre una de sus primeros miembros del directorio a Anita Domeyko, descendiente del sabio inmigrante. Ese mismo año viajó como invitada de honor a la versión del tradicional certamen. “Mucha técnica y poco espíritu, en los jóvenes concursantes”, dirá en este oportunidad al comentar su experiencia”. La docencia fue su gran vocación. Amplia y fructífera. Desde el antiguo Conservatorio o desde la tranquilidad de su hogar, su pedagogía fue la amorosa paciencia y la entrega integral a sus discípulos. Sus manos no sólo guiaron a otras, inexpertas en escalas y fraseos, sino que quisieron siempre estar atentas para enseñar la plenitud espiritual que debe exhibir todo gran artista. “El profesor debe poseer una facultad esencial que lo distinga de otros profesionales.
Debe ser capaz de comunicar sus conocimientos y juicios a través de métodos interesantes y asimilables. En el aspecto de la dedicación musical las labores del profesor y del intérprete se hermanan, y a esto obedece que en los países donde el desarrollo musical es de gran calidad, la tarea de la docencia a nivel universitario sea justamente ejercida por intérpretes”, escribe Flora Guerra. Se desvela por promocionar a sus alumnos, en el concurso local, en la competencia internacional, en la búsqueda afanosa de las escasas becas que proyecten a sus favoritos más allá de los límites siempre estrechos del mundo chileno. Porque ella misma, como afirma su hijo Cristobal, “habiendo nacido lejos de los centros tradicionales del cultivo musical, supo hacer de esta realidad, un desafío profesional permanente, y no una limitación a su carrera artistica”; ni a su labor de docencia podríamos agregar. Su generosidad va logrando los patrocinios y apoyos necesarios para los jóvenes talentos. Su “sentido de cátedra” lo cristalizó en la realización de ciclos de conciertos con participación de sus alumnos y de pianistas invitados.
Por esa vía pasaron por el oído de muchos, los “Estudios de Paganini”, de Liszt, los “Preludios” de Debussy, los “Estudios” de Chopin, las “suites’ de Bach. El testimonio de su alumna Elisa Alsina, conmueve: “mientras ejecutaba un concierto con orquesta, mi padre sufrió casi delante mio un desvanecimiento. A los pocos minutos moría. Florita no se movió de su asiento y mantuvo su semblante; no quería que se interrumpiera el concierto porque temía que la penosa situación me causara un terrible trauma. Meses después gracias a su apoyo y cariño, me persuadió para volver a los escenarios”. Aún son recordadas sus hermosas versiones de algunos conciertos para piano de Mozart, acompañada por Victor Tevbah y la Orquesta Sinfónica, fieles compañeros de innumerables jornadas musicales. En los años ochenta continúan sus recitales como solista. En 1985 va a Brasilia. Federico Heinlein, juzga su recital de noviembre 1987, en el Instituto Goethe donde toca a Mozart, Ravel y Schumann como “suprema hermosura”.
Emociona Flora Guerra. Concertista, maestra, gestora y promotora de talentos; son múltiples las funciones que ha desempeñado para continuar el legado musical de su padre, en un país de frontera como el nuestro, a través de sus alumnos, del público, sus hijos y amigos. Ello sólo se puede lograr con una gran entereza y una fe intransable, que pocos mantienen hasta el final, en la cultivo serio del arte musical y el promoción de la Belleza. En nuestro país crear cultura propia es vocación difícil. Todo está dado para imitar, alabar y contemplar lo ya creado por otros. Pero Florita supo ser fiel a lo auténtico, a lo propio, como lo fue su propia generación de chilenos artistas, escritores, poetas y filósofos. Tal vez, nuestra pálida vida cultural se alimente aún de sus luces. Tal vez, Flora Guerra ya asistía a las tertulias de la casa de José Arrieta a través de su padre y, tal vez, pudo sentir desde ignoradas dimensiones, un presagio de lo que sería la prolongación de un espíritu que pronto se encarnaría en ella. Emociona Flora Guerra. Concertista, maestra, gestora y promotora de talentos; son múltiples las funciones que ha desempeñado para continuar el legado musical de su padre, en un país de frontera como el nuestro.